A medida que cambiaban las estaciones y la vida continuaba, el misterio de la desaparición de los búfalos permanecía en lo más profundo de la mente de Bill. Sin embargo, aprendió a apreciar a los búfalos que le quedaban, agradecido por la alegría y el propósito que aportaban a su vida. Aunque seguía sintiendo la ausencia de Daisy, el dolor fue desapareciendo con el tiempo.
Hasta que una mañana, 8 meses después, Bill se despertó con los primeros susurros de la primavera: el suave sonido del hielo derritiéndose junto a su ventana y el cálido abrazo de la luz del sol tras meses de frío intenso. Al salir a disfrutar del aire fresco, su corazón dio un vuelco cuando vio algo a lo lejos…