Luego estaban los servicios compartidos del edificio, o la falta de ellos. Stacey pagaba por el acceso a la lavadora y la secadora del sótano, pero siempre estaban estropeadas. Cada vez que ella lo mencionaba, él le aseguraba que lo arreglarían «pronto» Sin embargo, pasaban las semanas y nada cambiaba. Pero se decía a sí misma que no valía la pena enfadarse por eso.
A pesar de estas molestias, Stacey sabía que su piso era un hallazgo afortunado. En una ciudad donde escasean las viviendas asequibles, ha aprendido a pasar por alto los inconvenientes. Su casa podía ser pequeña, pero era suya, y conocía a otras personas en situaciones peores que tenían que soportar mucho más.