Stacey puso todo su empeño en hacer de aquel pequeño espacio un hogar. Pintó las paredes en tonos brillantes, eligió muebles en tonos pastel y colocó luces de colores por toda la habitación, transformándola en un refugio cálido y acogedor del mundo exterior.
Después de una jornada agotadora de 9 a 6, su apartamento se había convertido en un santuario, una escapada pacífica. Llevaba casi un año viviendo tranquilamente en él, hasta hace poco, cuando las repentinas e implacables exigencias de su casero empezaron a quebrantar su frágil paz.