Stacey, de 26 años y recién licenciada, había vuelto al mercado laboral. Había hecho prácticas y había desempeñado un breve papel después de la universidad, pero esto le parecía diferente: era su primera zambullida real en la vida adulta, y estaba decidida a hacer que valiera la pena.
Para financiar sus estudios, Stacey había vivido con sus padres hasta el año pasado. Pero ahora, con su primer puesto en una editorial, por fin había ahorrado lo suficiente para mudarse del sótano de casa de sus padres, un paso simbólico hacia la independencia.