Las patadas del chico continuaban, adoptando ahora un patrón rítmico, casi metódico. Golpe. Golpe. El ruido repetitivo era cada vez más irritante y le crispaba los nervios. Después de aguantar unas cuantas patadas más, se le acabó la paciencia.
Se giró en su asiento y miró al joven con una mirada severa y penetrante. «Tienes mucha energía, ¿verdad?» Dijo Kevin, elevando la voz con frustración. El arrebato de Kevin atrajo la atención de los pasajeros cercanos, creando un breve e incómodo silencio.