Cada pinchazo minaba la determinación de Stephanie, dejándola en carne viva y sintiéndose pequeña. Se decía a sí misma que ya había tratado antes a clientes con derechos, pero hoy, en su último día, el aguijón era más agudo. Respiró lentamente y se obligó a sonreír, tragándose su orgullo y su rabia.
Stephanie asintió cortésmente, diciéndose a sí misma que no dejaría que Karen le arruinara el día. Había sobrevivido seis años en este trabajo; seguramente podría aguantar un último turno. Sin embargo, los insultos permanecían en su mente, hiriéndola más profundamente de lo que quería admitir. Hoy, las palabras de Karen le parecían especialmente crueles.