Mientras se apresuraba por las calles de la ciudad, a contrarreloj para reunirse con un cliente crucial, sus niveles de insulina empezaron a oscilar de forma impredecible. La tensión de compaginar sus responsabilidades profesionales con su salud le pasó factura. Su cuerpo, ya agotado por el incesante ritmo de su exigente trabajo, empezó a mostrar signos de grave malestar.
Los síntomas familiares de mareo y debilidad empezaron a invadir su bienestar, un duro recordatorio del delicado equilibrio que siempre se había esforzado por mantener. A medida que Joe se acercaba a la bulliciosa intersección de la Quinta Avenida y Main Street, una abrumadora oleada de mareos se apoderó de él.