Pero entonces, como si apartando los ojos pudiera borrar de algún modo la incomodidad que sentía al darse cuenta de su difícil situación, apartó decididamente la mirada. La ciudad parecía apretujarse a su alrededor, la urgencia de su propia vida ahogaba la necesidad de compasión que le atenazaba el corazón.
El rugido del autobús que se acercaba se hizo más fuerte, cortando el murmullo de la ciudad. Clara aceleró el paso, mientras sus pensamientos se desplazaban a la interminable lista de tareas y responsabilidades que la esperaban en casa. Con un sentimiento de alivio mezclado con culpa, subió al autobús y las puertas se cerraron tras ella con un último y resonante silbido.