Peter se sintió atascado, inseguro de su próximo movimiento. Se le pasó por la cabeza contárselo a alguien, pero enseguida descartó la idea, escéptico de que alguien fuera a creer en su palabra. Después de todo, no tenía pruebas de su extraordinario avistamiento y, a decir verdad, empezaba a cuestionarse su propia fe en lo que había visto.
Contempló la posibilidad de abandonar la experiencia y volver a su rutina diaria. Si realmente había algo en el hielo, pensó, en algún momento volvería a aparecer. Sin embargo, Peter no era de los que dejaban pasar las cosas, y menos algo tan intrigante como aquello.