Una mujer oye ruidos extraños por la noche y descubre un secreto que la deja atónita

Pero el sonido era demasiado real, demasiado constante, y la dejaba más intranquila de lo que la lógica podía arreglar. A la cuarta noche, Emily sintió que empezaba a desmoronarse. Dormir ya no era un consuelo; se había convertido en un campo de batalla entre sus pensamientos racionales y su imaginación desbocada.

Se dio cuenta de que no podía seguir ignorando los ruidos por más tiempo. Así que, durante el almuerzo del día siguiente, decidió confiárselo a Doug, un colega del departamento de historia. «Doug, creo que me estoy volviendo loca», admitió Emily, con la voz ligeramente temblorosa.