Emily casi podía oír los ecos de las risas de su infancia y sentir el calor de los días soleados que habían pasado juntos. Durante mucho tiempo, Emily permaneció sentada, abrazada a Tubby, con el corazón desbordante de emoción.
Los extraños ruidos que la habían atormentado durante días por fin tenían sentido, y el miedo que se había apoderado de ella cada noche se desvaneció, sustituido por una paz profunda y tranquilizadora. No pudo evitar sonreír ante lo absurdo de todo aquello, pensando en cómo había estado aterrorizada por un sonido que resultó ser su amigo perdido hacía mucho tiempo, escondido en el desván todo el tiempo.