Un hombre desesperado se pierde durante una ventisca y nota que unos ojos le observan

Los ojos del cachorro se abrieron, apagados y sin vida. Estaba hambriento. Moría. Una parte de Daniel le dijo que se marchara, que era el curso de la naturaleza, una lección de supervivencia. Pero otra parte de él, algo profundo e instintivo, se negó. No podía dejar morir a la pobre criatura.

Se agachó y extendió una mano cautelosa. El cachorro no se movió, no luchó. Su respiración era superficial, su cuerpo frío al tacto. Una decisión se asentó en su pecho: no podía dejarlo aquí. Lo cogió con cuidado en brazos y se lo metió en la chaqueta.