Llegó la mañana, pero Daniel seguía sintiendo un peso en el pecho. Recogió su equipo rápidamente, con la inquietud persistente en su interior. Las brasas del fuego estaban frías, pero los sucesos de la noche aún ardían en su mente. Necesitaba seguir moviéndose, poner distancia entre él y lo que hubiera estado allí.
Entonces lo vio: profundas marcas de garras en los árboles que rodeaban su campamento. Los arañazos brillaban contra la corteza, afilados y deliberados. Se le revolvió el estómago. Y no habían estado allí ayer, cuando estaba montando el campamento. Esto no era al azar. Eran advertencias.