Un niño hace señales extrañas con las manos durante el vuelo. Cuando la azafata se da cuenta, ordena aterrizar el avión

Desgraciadamente, cuando llegó el momento de usarla, nadie se dio cuenta. O tal vez no querían darse cuenta. Carole cerró los ojos, recordándolo. El recuerdo era una sombra, siempre al acecho, un recordatorio de su voto hecho en la soledad de su propio corazón. Se había prometido a sí misma que si alguna vez volvía a ver aquellas súplicas silenciosas, actuaría de otra manera; sería la ayuda que nunca recibió.

Ahora, de pie en el pasillo del avión, esa promesa resonaba con fuerza en su mente. Los gestos del chico, tan parecidos a los suyos de años atrás, reavivaron la determinación de Carole. Esta vez, no se limitaría a mirar. Esta vez, haría todo lo que estuviera en su mano para comprender y ayudar. Porque conocía demasiado bien la desesperación de no ser vista, de las señales perdidas en el ruido del mundo que la rodeaba. Y se negaba a que la historia se repitiera bajo su vigilancia.