Carole se apresuró a decir: «Pensé que le gustarían los libros para colorear», con una sonrisa nerviosa hacia la mujer. Sin esperar respuesta, se retiró a la zona de la tripulación, con el corazón acelerado. Desde su nuevo punto de vista, siguió observando al niño y a la mujer, asegurándose de mantener una distancia prudencial para no levantar más sospechas.
A pesar del contratiempo, la atención de Carole no vaciló. Observó cómo el chico reanudaba sus misteriosos gestos con las manos cada vez que la atención de la mujer estaba en otra parte, absorta en un libro o mirando por la ventana. Estos movimientos no eran aleatorios; eran deliberados, casi como un lenguaje silencioso que sólo él hablaba. ¿Está intentando decirme algo? Se preguntaba Carole. Su instinto le decía que había algo más en esas señales de lo que parecía a simple vista.