En la estéril quietud de la sala del tribunal, su matrimonio terminó con trazos rápidos y firmes de un bolígrafo. No se intercambiaron palabras, sólo un asentimiento mutuo, un reconocimiento tácito de lo que una vez fue. Cuando el juez declaró disuelta su unión, Matilda sintió una extraña sensación de finalidad.
Fuera del juzgado, Vincent no perdió el tiempo y presentó a Melissa, que permanecía a su lado con una sonrisa ansiosa. «Os presento a Melissa, mi novia», anunció. El público se agitó inquieto. Matilda la reconoció de inmediato: era la misma rubia de aquella noche. Se le encogió el corazón.