mientras sopesaba sus opciones, su teléfono sonó en el bolsillo. Paul lo sacó, con las manos temblorosas. Era el Dr. Ndaba. Se sintió aliviado, pero con dudas. Tenía que volver al lugar original, pero ¿cómo iba a dejar a los bebés?
La mirada de Paul pasó de las crías de gorila atrapadas a la madre. Su enorme cuerpo temblaba de cansancio, pero sus ojos ardían con una intensidad feroz. Dejó escapar un sonido bajo y gutural que detuvo a Paul en seco, una advertencia de que no estaba dispuesta a dejarle marchar.