Por desgracia, la vida amorosa de Julia no tenía nada de emocionante. No salía con nadie, ni siquiera estaba enamorada. Su vida era una repetición invariable de la misma rutina de siempre. Por eso, lo que le ocurrió a Julia unas semanas más tarde fue algo que nunca hubiera imaginado. No se parecía en nada a su vida habitual, pero eso era lo que lo hacía aún más emocionante.
El recuerdo de aquel día crucial estaba grabado en su mente. Julia estaba delante del edificio de la escuela cuando Harold se le acercó. Era el final del día, apenas quince minutos después de que sonara el último timbre. Los niños bullían de un lado para otro, algunos ya recogidos por sus padres, mientras que otros aún estaban recogiendo sus pertenencias o terminando sus juegos en el patio.