Y entonces, bruscamente en una fría mañana de otoño, llegó el momento inevitable. La muerte de Harold llegó como una dura tormenta invernal, sumiendo la mansión y el pueblo en la desolación. Mientras Julia permanecía junto a su tumba, experimentó una inesperada oleada de dolor. Harold, antes un extraño, se había convertido en una parte fundamental de su vida. Su ausencia creó un vacío, haciendo que el futuro fuera incierto y el presente cargado con el duro juicio del pueblo.
Durante el funeral, Julia se sintió insensible. Sus pensamientos estaban consumidos por los adorables gemelos que, tras haber perdido a sus padres pocos meses antes, lloraban ahora la pérdida del último miembro de la familia que les quedaba, su abuelo. Julia intentaba consolarlos lo mejor que podía, pero sabía que sus esfuerzos tenían un límite.