La serpiente debió de percibir el olor de la carne y pensó que era una presa, tragándosela entera. Pero, por desgracia, no tardó en conocer las consecuencias de un error que podía resultar fatal para la serpiente.
Una vez retirado el refrigerador, el veterinario empezó rápidamente a coser la serpiente. Mientras lo hacía, también puso un chip a la serpiente para seguir sus movimientos y ver si sobreviviría a la terrible experiencia a largo plazo. Después despertaron a la serpiente, con la esperanza de que ya no se mostrara agresiva.