Mientras la cría recuperaba fuerzas, Allan sintió el agridulce peso de la despedida. Su tiempo juntos había sido breve, pero había dejado un impacto duradero. Vio cómo el cervatillo se fortalecía, sabiendo que pronto volvería a una vida destinada a la naturaleza.
Por fin llegó el día en que el equipo del refugio se llevó a la cría de ciervo a su nuevo hogar. Allan se arrodilló junto a él y le acarició suavemente el pelaje por última vez, sintiendo el peso del momento. El ciervo le miró con ojos confiados y, mientras se lo llevaban, un dolor silencioso se instaló en su corazón: la despedida era más difícil de lo que había imaginado.
Cuando el camión santuario desapareció en el horizonte nevado, Allan permaneció en silencio, con el corazón oprimido pero lleno. En ese momento, se dio cuenta de que la tormenta no sólo había puesto a prueba su valor, sino que le había recordado el poder silencioso de la compasión y la voluntad.