Necesitaba algo, cualquier cosa, que pudiera alejar al osezno sin provocarlo. En su mente se arremolinaban ideas descabelladas mientras escudriñaba los estantes desordenados. Sus ojos se posaron en un viejo juguete chirriante que había pertenecido al perro de un vecino hacía años.
Pensó brevemente en lanzárselo para distraer al osezno, creyendo que podría despertarle algo de curiosidad o jugueteo. Pero el juguete era frágil y temía que el oso lo viera como una amenaza o lo ignorara por completo.