No había tiempo que perder; la tormenta no haría más que empeorar, y el osezno, junto con lo que fuera que estuviera protegiendo, no aguantaría la noche en condiciones tan brutales. La idea de que se congelaran allí fuera le inquietaba profundamente.
Jeremy sabía que no podía quedarse de brazos cruzados. Se abrigó una vez más, con más determinación que miedo. Caminó a través de la nieve hasta el cobertizo de su patio trasero, con el viento azotándole la cara mientras rebuscaba entre sus herramientas y suministros.