Pero a medida que pasaban las horas, su esperanza se desvanecía. Decidido a actuar, Jeremy se puso un jersey más, una bufanda gruesa y un par de viejos guantes de jardinería, con la esperanza de que le ofrecieran algo de protección. Sintiéndose voluminoso e inseguro, se preparó para lo que le esperaba. No podía quedarse de brazos cruzados.
Jeremy salió una vez más, con el frío escociéndole en la cara mientras se dirigía al patio trasero. Esta vez se movió despacio, con cautela, manteniendo la distancia. El oso seguía allí, con el cuerpo acurrucado en actitud protectora.