Una azafata ve a su marido en el avión y se da cuenta de un detalle sorprendente

Sin embargo, allí estaba él, ni siquiera a un brazo de distancia. El parecido era asombroso, desde las canas en las sienes hasta las finas arrugas que salían de las comisuras de los ojos cuando sonreía.

Todo instinto racional le decía a Lena que aquel hombre no podía ser Gabriel. Pero su corazón palpitante ahogó la razón, fijándose en el fantasma viviente que tenía delante. Estudió cada centímetro de su rostro, buscando la más mínima diferencia, alguna imperfección en el fantasma de su marido.