Por la tarde llegaron los papeles, entregados en un sobre impoluto como si el documento legal que contenía no acabara de destruir su mundo. Cindy los leyó despacio, con las manos temblorosas. La mansión, el Porsche, los ahorros… Peter se quedaba con todo. Sólo le quedaba la ropa que llevaba puesta.
Quería gritar, luchar, llevarlo a los tribunales y denunciar su crueldad. Pero Cindy sabía que no debía hacerlo. Peter podía permitirse los mejores abogados que el dinero podía comprar. La aplastaría en una batalla legal sin pestañear. El desequilibrio de poder era asfixiante y Cindy se sentía como un peón en un juego que no podía ganar.