A la mañana siguiente, Cindy se despertó con el corazón encogido, con los acontecimientos de la noche anterior repitiéndose sin cesar en su mente. Mientras bajaba las escaleras, el débil sonido de la voz de Peter recorrió el pasillo. Se quedó helada a la puerta de la cocina y se le encogió el corazón al darse cuenta de que estaba hablando por teléfono con un abogado especializado en divorcios, ultimando tranquilamente el papeleo.
Se le hizo un nudo en la garganta y ahogó una lágrima. Estaba ocurriendo de verdad. Había esperado, tontamente, que podrían encontrar una manera de separarse con dignidad, pero la fría eficacia de Peter hizo añicos esa ilusión. Por mucho que le doliera, Cindy sabía que era lo mejor. Tenía que creerlo.