Algo en su interior se quebró. «Eres un monstruo, Peter», le espetó. «¡Quiero el divorcio!» Las palabras brotaron de su interior como la rotura de un dique, crudas y furiosas. Pero en cuanto salieron de sus labios, el arrepentimiento la invadió. No lo había dicho en serio, no del todo. Quería hacerle daño, pero no así.
Peter no se inmutó. Sus ojos, fríos y sin emoción, se encontraron con los de ella. «De acuerdo», dijo, con una extraña calma en la voz. «Hagámoslo» Cindy sintió que el aire abandonaba sus pulmones. No hubo protestas, ni súplicas, ni señales del hombre que creía que la amaba. Sólo una aceptación indiferente, como si ella no significara nada.