Samantha dejó su taza de café sobre la mesa del jardín, respirando el aire fresco de la mañana. Al otro lado del césped, su querida gata Juniper retozaba entre las margaritas, saltando juguetona tras las mariposas. Sonriendo, Samantha dio un sorbo lento a su café, saboreando la paz de la mañana iluminada por el sol.
El día era perfecto: un sol radiante, una suave brisa y el canto de los pájaros en los árboles. Samantha cogió el teléfono y se puso a hojear perezosamente sus mensajes, cuando un chirrido agudo y estridente rompió la calma. Levantó la vista rápidamente, con el corazón palpitante, y vio un águila enorme volando en círculos en lo alto.
El grito desgarrador conmovió al vecindario. Las puertas se abrieron y los vecinos salieron a los porches, estirando el cuello hacia el cielo. Samantha se quedó helada, con un nudo de inquietud apretándole el pecho. Aún no lo sabía, pero aquella mañana dorada estaba a punto de convertirse en una pesadilla que nunca olvidaría.