Un grupo especialmente atrevido decidió llamar a su puerta una fría tarde de octubre, y sus risas y bravatas se desvanecieron rápidamente al abrirse la puerta. Fueron recibidos con una aguda reprimenda mientras el rostro severo del Sr. Carlton emergía como un fantasma en la tenue luz del pasillo.
Otros especulaban que se trataba simplemente de un viejo amargado que había sobrevivido a todos sus amigos y familiares, y que su aislamiento era un castigo autoimpuesto por alguna transgresión desconocida.