Con una última inclinación de cabeza, Henry salió rápidamente de la casa, deseoso de poner la mayor distancia posible entre él y el inquietante ambiente. Respiró hondo, disfrutando del contraste entre el mundo exterior y la casa de la que acababa de escapar.
Con el tiempo, los días volvieron a la normalidad para todos, pero Henry no podía deshacerse de la inquietante sensación que le habían dejado sus encuentros con Brutus y el congelador. La imagen del perro mirando fijamente aquel lugar, combinada con el misterioso congelador lleno de carne, persistía en su mente.