El alce emitió un gruñido lastimero, y su cojera se intensificó. Wade se dio cuenta de que podría tratarse del alce adulto de esa misma legendaria cría blanca, herida por los mismos cazadores que buscaban a sus crías. La revelación encendió en Wade un sentimiento de deber urgente. Tenía que detenerlos.
Agarrando el diario, hojeó las páginas de mapas toscos. No dejaban de aparecer referencias a una «roca escarpada»: al parecer, el epicentro de una zona cargada de trampas destinada a atrapar a la ternera blanca. A Wade le retumbó el corazón. Si las trampas ya estaban colocadas, el tiempo se acababa para cualquier alce que vagara por aquellos parajes.