El sendero que tan bien conocía había desaparecido hacía tiempo, sustituido por una maraña interminable de raíces y maleza. Si algo salía mal, si el alce se daba la vuelta o si aparecía un depredador, nadie oiría sus gritos.
El miedo latía en sus sienes, como un tamborileo en sus oídos. Aun así, respiró entrecortadamente y siguió adelante, decidido a no abandonar al animal herido. Un atisbo de valentía -quizá temeridad- le hizo seguir adelante.