Su corazón latía con tanta violencia que apenas podía oír nada más allá de la sangre que le corría por los oídos. Con la respiración agitada, agarró la correa de Milo y tiró del perro detrás de él, preparándose para el inevitable golpe.
Pero en lugar de embestir, el alce se detuvo al alcance de la mano y una inquietante quietud se apoderó del claro. Sus ojos se clavaron en Wade con una intensidad extrañamente deliberada, como si tratara de comunicarse.