El espectáculo empeoró. Cerca había otros osos atrapados en trampas, algunos atrapados en mandíbulas de acero, otros confinados en jaulas. Sus heridas eran visibles, sus luchas inútiles. A Jacob le dio un vuelco el corazón y una oleada de náuseas le invadió cuando la crueldad de la escena le golpeó como un puñetazo.
De rodillas, Jacob se acercó a la trampa más cercana y sus manos temblaron al intentar abrirla. Los mecanismos eran pesados y estaban firmemente sujetos, diseñados para resistir incluso la fuerza de aquellos poderosos animales. Su frustración aumentaba a medida que sus esfuerzos resultaban inútiles.