El oso se detuvo al borde del claro, olfateando de nuevo el aire. Jacob vaciló, escudriñando la zona en busca de trampas. Sus ojos recorrieron el suelo en busca de cualquier alteración en la tierra. La idea de que el osezno blanco estuviera en peligro le hizo seguir adelante.
El leve olor de algo afilado y metálico llegó a su nariz: un cebo perfumado, se dio cuenta. Las trampas estaban cerca. El pulso de Jacob se aceleró, la adrenalina inundó sus venas mientras se acercaba sigilosamente a la roca. Todos sus instintos le decían que el peligro estaba cerca, pero no podía detenerse ahora.