Su perro se adentró inesperadamente en el bosque y, cuando por fin lo encontró, ¡se le heló la sangre!

Cada día, Jacob dedicaba sus horas a enseñar matemáticas a los alumnos de secundaria del pueblo. La vuelta a casa era un ritual que apreciaba mucho: Bernie siempre esperaba en la puerta, meneando el rabo, ansioso por su paseo vespertino. Era una alegría sencilla, arraigada y familiar, un contrapeso a las exigencias del día.

Sus paseos seguían una ruta conocida, serpenteando por senderos cubiertos de altísimos pinos y suaves manchas de luz dorada. Mientras el mundo se aquietaba a su alrededor, Jacob dejaba vagar sus pensamientos y el ritmo de los pasos de Bernie a su lado era una constante reconfortante. Era una tarde cualquiera, o eso parecía.