Lily siempre había pensado que el reto más difícil al que se había enfrentado había sido dar a luz a sus encantadores gemelos. Sin embargo, el malestar que atribuía a los síntomas posteriores al embarazo persistía obstinadamente. Día tras día, este malestar se hacía más fuerte, negándose a remitir, desafiando su creencia de que lo más difícil ya había quedado atrás.
A las tres semanas de ser madre, el cuerpo de Lily llegó a un punto crítico. El desgaste físico la llevó de nuevo al hospital, un lugar que había abandonado con alegría semanas antes. Ahora, su regreso se vio empañado por el miedo, no por la felicidad. Le esperaba una ecografía inesperada, un giro sorprendente en su viaje de recuperación.
En el hospital, rodeada de profesionales médicos, Lily sintió que su malestar se intensificaba. Su corazón se aceleraba de preocupación, sobre todo al saber que sus gemelos estaban en casa sin ella. Su marido, encargado de repente de cuidar de los dos, se enfrentaba a un reto de enormes proporciones. Su sueño de compartir las alegrías de la paternidad temprana parecía lejano, sustituido por una realidad inesperada y desconcertante. ¿Qué estaba ocurriendo realmente?