Acababa de concluir un breve viaje de negocios a Nueva York, y había pasado los dos últimos días en un ajetreo de reuniones y presentaciones. Como gestor de proyectos en una importante empresa tecnológica, estaba acostumbrado a la presión de los plazos ajustados y las grandes expectativas.
Este viaje había sido especialmente importante, ya que implicaba negociaciones con clientes potenciales que podrían afectar significativamente a sus objetivos trimestrales. A lo largo del día, gestionó una serie de reuniones consecutivas que exigían toda su atención y experiencia.