Resulta bastante desconcertante que, incluso después de encontrarse por segunda vez con la misma situación de angustia, parezca seguir careciendo de cualquier sentido de empatía o motivación para intervenir y ayudar. Esta indiferencia repetida plantea interrogantes sobre por qué sigue sin decidirse a actuar.
En esta situación, nos enfrentamos a dos principios opuestos: el deber moral de ofrecer ayuda y la inclinación natural a imitar el comportamiento de quienes nos rodean. Por un lado, existe el imperativo ético de intervenir y ayudar a quien lo necesita.