Con cada bocado, Lucas buscaba consuelo a su soledad, pero cada caloría vacía de hamburguesa, patatas fritas y Coca-Cola sólo distanciaba más a Lucas de sus compañeros. Sus padres, al notar el cambio en su hijo, intentaron intervenir. Le propusieron nuevas actividades, le animaron a unirse a clubes e incluso intentaron revisar la dieta familiar.
Pero sus esfuerzos fueron en vano Cuando llegó el instituto, la comida se había convertido en el único refugio y amigo de Lucas. Era la única cosa de su vida que sentía que podía controlar, y no estaba dispuesto a renunciar a ella.