Katie comprendió rápidamente que las acciones agresivas del gato montés no pretendían ser dañinas. Era evidente que el gato montés, junto con la pequeña criatura que protegía, necesitaba ayuda, ya fuera de ella o de un veterinario profesional. El corazón de Katie latía con fuerza por la responsabilidad del momento, y su determinación se afianzó al darse cuenta de que ella era ahora su único puente hacia la seguridad y el cuidado.
Katie se acurrucó en sí misma, minimizando su presencia para parecer menos intimidante. Sorprendentemente, el gato montés pareció entender el gesto de Katie. Se relajó un poco y sus gruñidos se convirtieron en cautelosos gemidos. Como el peligro no parecía tan inmediato, Katie respiró hondo. Podía oler el aroma limpio del antiséptico en el aire, que se mezclaba con su creciente determinación de conseguir ayuda.