El bosque estaba bañado por la cálida luz del atardecer, que proyectaba sombras largas y cambiantes. Hayes se movió entre la maleza con sigilo practicado, manteniendo la mirada fija en el ladrón.
Tras varios minutos de tensión, el ladrón acabó por detenerse en una zona apartada, sentarse y abrir apresuradamente el paquete robado con movimientos impacientes.