«Ya estás bien, pequeño», susurró. Tina juntó un montón de hojas para hacer un rincón cálido y mullido donde descansaran las criaturas. Una a una, fueron saliendo del pozo a medida que James descendía por la cuerda. Cada vez que James ascendía, con los músculos tensos, a Tina le temblaban los nervios. Pero, afortunadamente, la cuerda se mantenía firme. Con cada criatura rescatada, Tina sentía un gran alivio.
Después de media hora tensa y sin aliento, James, con gran esfuerzo, sacó a la última de las pequeñas criaturas del oscuro pozo. Tumbados en el suelo, los cinco animales parpadearon en la penumbra y sus ojos reflejaban una mezcla de confusión y curiosidad. El aire estaba cargado de tensión mientras James y Tina reflexionaban sobre su próximo movimiento.