Su turno empezaba a última hora de la tarde y se alargaba hasta medianoche. Cada noche, preparaba el mostrador de facturación, clasificaba las solicitudes de reserva y atendía las pequeñas quejas. El trabajo no era glamuroso, pero le mantenía unido al lugar que siempre había llamado hogar.
Mike encontró consuelo en el ritmo pausado del hotel. Escuchaba el zumbido de las conversaciones en el vestíbulo, el tintineo de las llaves y el silbido de la máquina de café. A pesar de sus ansias de emoción, sintió una sutil gratitud por su trabajo estable y sus amables compañeros.