A pesar de sus dudas, Hana estaba decidida. «Tendré cuidado», prometió, acercándose al oso lentamente pero con confianza. Los agentes, aún indecisos, decidieron quedarse atrás y vigilarla de cerca.
Hana siguió al oso mientras éste la guiaba por los pasillos del hospital. Las luces brillantes zumbaban suavemente, creando sombras que se movían en las paredes. El oso caminaba con determinación, como si supiera exactamente adónde se dirigía. Hana sintió que el corazón le latía deprisa, impulsada tanto por la excitación como por la curiosidad.