La ansiedad de Eva era palpable. A menudo se aferraba a su osito de peluche y sus pequeñas manos temblaban. Cuando hablaba, su voz era una mezcla de su lengua materna y un inglés entrecortado, sus palabras eran un intento desesperado de comunicarse. «Ninaangalia nyumba», decía con ojos suplicantes. Natalie y Adam, aunque preocupados, se lo tomaron como la ansiedad de estar en un lugar nuevo.
La barrera del idioma era un obstáculo formidable para la familia. Eva dependía mucho de los gestos y de las pocas palabras en inglés que conocía. La pareja la matriculó en clases de idiomas y la ayudó pacientemente a practicar el habla, la lectura y la escritura cada día.