Peter ancló su cuerda a un borde dentado de la plancha de hierro del barco, probando su sujeción antes de tirar hacia arriba. Su arnés crujía bajo el esfuerzo y cada punto de apoyo exigía precisión. La superficie estaba resbaladiza por la escarcha, y cuando su bota resbaló, se balanceó precariamente, recuperando el aliento antes de volver a ponerse de pie.
El metal helado se sentía implacable contra sus guantes mientras clavaba un gancho en una costura y se elevaba centímetro a centímetro. El fuerte viento le azotaba la cara, entumeciéndole las mejillas y haciendo que sus movimientos fueran lentos. Pero Peter siguió adelante, con una determinación más ardiente que el frío cortante.