Había una súplica silenciosa en sus palabras, un llamamiento a la mente del tendero más que una temeridad. Tras un momento de vacilación, un destello de comprensión apareció en el rostro del tendero. A regañadientes, accedió a vender a Peter el equipo de escalada, reconociendo la determinación en la actitud del joven.
Una vez en casa, Peter no perdió el tiempo, rebosante de entusiasmo por su audaz expedición para descubrir los secretos del barco. Ya había consultado con su cuñado, quien le aseguró que la llave del barco estaría fácilmente disponible.